miércoles, 3 de febrero de 2010

EL SACRAMENTO DE LA COMUNIÓN "EN MEMORIA MÍA" (segunda parte) - en you tube -



CAPÍTULO IV

EL SACRAMENTO DE LA COMUNIÓN
"EN MEMORIA MÍA"
Segunda parte


en you tube, aqui 

"Nuestro Señor Jesucristo, la misma noche en que fue traicionado, tomó pan y después de dar gracias, lo partió y dijo: Tomad y comed, este es Mi cuerpo que se parte para vosotros. Haced esto en memoria mía. Después y de la misma manera, tomó la copa cuando había cenado, diciendo: Esta copa es el Nuevo Testamento en Mi sangre. Haced esto tantas veces como la bebáis en memoria mía. Pues tantas veces como comáis este pan y bebáis de esta copa, mostraréis la muerte del Señor, hasta que venga. Por consiguiente, quienquiera que coma de este pan y beba de esta copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Y el que coma y beba indignamente, come y bebe su propia condenación... 
Por esta causa muchos están débiles y sin fuerzas entre vosotros y muchos duermen". I Cor. II 23-30. 
Existe en los pasajes anteriores un significado esotérico profundamente escondido que queda particularmente difuso en la traducción inglesa, pero en la alemana, latina y griega, el estudiante puede entender una alusión de lo que realmente se intenta con la última orden del Salvador a sus Discípulos. Antes de examinar esta fase del asunto permítasenos considerar las palabras "en memoria mía". Entonces estaremos en mejores condiciones, quizá, de comprender lo que se quiere significar por la "copa" y el "pan". 
Supongamos un hombre procedente de lejanos lugares que penetre en nuestro ambiente y lo visite todo. Dondequiera que vea pequeñas reuniones agrupadas alrededor de la Mesa del Señor para celebrar el más sagrado de todos los ritos cristianos, al preguntar el porque, le será contestado que hacen aquello en recuerdo de Uno que vivió una existencia más noble que hombre alguno había vivido sobre la tierra; Uno que era la Bondad y el Amor personificados; Uno que era el criado de todos los demás, sin preocuparse de ganar o perder para sí mismo. Si aquel extraño comparase la actitud en estas reuniones religiosas del domingo, durante la celebración de su rito, con sus vidas civiles comunes durante el resto de la semana ¿qué es lo que vería? 
Cada uno de nosotros sale a la calle a librar la dura lucha por la existencia. 
Bajo el imperio de la necesidad olvidamos el amor que debería ser el principal factor y guía de nuestras vidas cristianas. Nuestra mano va siempre contra nuestros semejantes. Todos luchamos por una posición, por la fortuna, por el poder, por cualquiera de estos atributos. Olvidamos el lunes lo que recordamos reverentemente el domingo y en consecuencia todo el mundo se resiente de ello y es desgraciado. Hacemos también distingos entre el pan y el vino que bebemos en la llamada "Mesa del Señor" y el alimento que repara nuestras fuerzas durante los intervalos de nuestra presencia en la Comunión. Pero no hay mandamiento alguno en las Sagradas Escrituras que ordene tal distinción, como es fácil de ver, aun en la versión inglesa, distinguiendo las palabras impresas en bastardilla por los traductores, para indicar lo que ellos creyeron que era el sentido del pasaje. Por el contrario, se nos dice que, al beber y al comer, o cualquier otra cosa que hagamos, ha de ser hecha para la mayor gloria de Dios. 
Cada uno de nuestros actos debería ser una plegaria. La superficial "acción de gracias en las comidas es en realidad una blasfemia y el pensamiento silencioso de gratitud al que nos da diariamente el pan, es mucho más preferible. Al recordar en cada comida que todo procede de la sustancia de la tierra, que no es más que el cuerpo del Espíritu de Cristo, que mora en ella, comprenderemos propiamente cómo aquel cuerpo se desmenuza diariamente 
para nosotros y apreciaremos así la bondad amorosa que le empujó a darse a nosotros y debemos recordar también que no hay un momento, de noche, o de día, que Él no sufra a causa de estar sumido o aprisionado en esta tierra. 
Cuando comemos de este modo y consideramos consecuentemente la verdadera situación, estamos declarándonos a nosotros la muerte del Señor, cuyo espíritu sufre y se queja, esperando el día de la liberación, cuando no haya necesidad de una envoltura tan densa como la que requerimos hoy. 
Pero hay todavía otro misterio más grande y más hermoso escondido en esas palabras de Cristo. Ricardo Wágner, con su rara intuición de músico maestro, dio sentido a esta idea cuando, sentado en meditación en las riberas del lago de Zurich, un Jueves Santo, cruzó por su espíritu este pensamiento: "¿Qué relación existe entre la muerte del Salvador y los millones de semillas fructificando en la tierra en este momento del año...?" Si meditamos sobre esta vida que anualmente se desprende de la primavera, la veremos como algo gigantesco y digno de veneración; una plétora de vida que transforma el globo, desde un aspecto de muerte y desolación por el frío, al de una vida esplendorosa y rejuvenecida en un cortísimo espacio de tiempo y la vida que de esta manera se difunde en los capullos de millones y millones de plantas, es la vida del Espíritu y de la Tierra. 


De ésta vienen el trigo y la uva. Estos frutos son el cuerpo y la sangre del Espíritu de la Tierra prisionero, dado para sustentar a la raza humana durante la fase actual de su evolución. Estamos disconformes y repudiamos la doctrina de la gente que cree que el mundo ha de procurarle su sistema de vida, sin tener en cuenta sus propios esfuerzos y sin responsabilidad "material" de su parte, y antes bien insistimos en creer que existe una responsabilidad "espiritual" relacionada con el pan y el vino dados en la cena del Señor: "Debe ser comido dignamente, de otra manera, se convertirá en enfermedad y en muerte incluso". Bajo la forma ordinaria de leer, esto parecerá quizá que se va a parar demasiado lejos, pero llevados de la luz esotérica para examinar otras traducciones de la Biblia y mirando las condiciones en que encontramos hoy el mundo, veremos que no se ha ido tan lejos después de todo. 
Para empezar, debemos remontarnos a los tiempos en que el hombre vivía bajo la guardia de los ángeles, construyendo inconscientemente el cuerpo que usufructúa en la actualidad. Esto ocurría en el antiguo período de la Lemuria. 
Un cerebro hacía falta para la evolución del pensamiento y una laringe para su expresión verbal. En consecuencia, la mitad de la fuerza creadora se dirigió hacia arriba y fue utilizada por el hombre para formar estos órganos. Así fue como la raza humana llegó a ser unisexual y se vio empujada a buscarse un complemento cuando fue necesario crear un nuevo cuerpo, para servir de instrumento en una más alta fase de la evolución. 
Mientras el acto del amor fue consumado bajo la prudente vigilancia de los ángeles, la existencia del hombre estuvo libre de pesares, dolores y de la muerte. Pero cuando, bajo el tutelaje de los Espíritus de Lucifer, comió del fruto del Árbol del conocimiento y perpetuó la raza sin cuidarse de las líneas de fuerza interplanetarias, transgredio la ley, y los cuerpos así formados se cristalizaron rápidamente, quedando sujetos a la muerte de una manera mucho más perceptible de lo que hasta entonces habían estado. Así se vieron forzados a crear nuevos cuerpos más frecuentemente a medida que la duración de su vida se acortaba. Los guardianes celestiales de la fuerza creadora le arrojaron del jardín del amor, hacia los desiertos del mundo, haciéndole responsable de sus acciones bajo la ley cósmica que gobierna el universo. Así trabajó por años y años, buscando la obtención de su propia salvación y cristalizando de esta manera más y más la tierra. 
Las jerarquías divinas, incluyendo el Espíritu de Cristo, trabajan sobre la tierra desde fuera al igual que los espíritus grupos guían a los animales bajo su protección; pero como Pablo dice con certeza, ninguno puede ser justificado bajo la ley, pues contra la ley todos pecaron y todos deben morir. No hay en el Antiguo Testamento esperanza alguna fuera de ésta, salvo la simbolización de uno que ha de venir para restaurar el buen camino. Así nos habla Juan diciendo que la ley fue dada a Moisés y que la gracia vino con Nuestro Señor Jesucristo. Pero, ¿qué es la gracia...? 
¿Puede la gracia ir contra la ley y abrogársela enteramente...? Ciertamente que no. Las leyes de Dios son constantes e inmutables o el universo se convertiría en un caos. La ley de la gravedad conserva nuestras casas en una posición relativa a las demás casas, de modo que al dejarlas podemos tener la seguridad de que cuando volvamos las encontraremos en el mismo sitio. Por este estilo todos los asuntos en el universo están sujetos a leyes invariables. 
Así como la ley separada del amor, dio nacimiento al pecado, así también la sucesión de la ley, temperada con amor, es la gracia. Tomemos un ejemplo de nuestras condiciones sociales concretas: Tenemos leyes que prescriben una penalidad determinada por determinada ofensa y cuando la ley se ha cumplido, decimos que se ha hecho justicia. Pero la larga experiencia comienza a enseñarnos que la justicia, pura y simple, es como los dientes del dragón de la Cólquide y engendra disputas y peleas siempre en aumento. Los criminales, así llamados, siguen siéndolo y se vuelven hasta peores y más endurecidos bajo las penalidades de la ley; mas cuando los regímenes más humanos de los tiempos presentes permiten que el que ha delinquido sea puesto en libertad, o se suspenda su sentencia, queda entonces bajo la gracia y no bajo la ley. Así también, el cristiano que procura seguir los pasos del Maestro, es emancipado de la ley del pecado por la gracia, siempre que olvide el camino del pecado. 
Este fue el pecado de nuestros progenitores en los tiempos de la Lemuria; ellos desperdiciaron su semilla sin cuidarse de la ley y sin amor. Pero es privilegio del cristiano redimirse por la pureza de su vida en memoria del Señor. San Juan dice: "Su semilla queda en sí mismo" y esto es el significado oculto del pan y del vino. En la versión inglesa leemos simplemente: "Esta es la copa del Nuevo Testamento", pero en la alemana la palabra copa se sustituye por "kelch" y en la latina, por "calix", significando ambas palabras la cubierta exterior o vaina de la semilla de la flor. En la griega tenemos una significación todavía más sutil, difícil de adaptar en otros idiomas, en la palabra "poterion", cuyo significado se nos hará evidente si consideramos la etimología de la palabra "pote". Esto nos dará al momento la misma idea que el "cáliz" o "calix", un receptáculo; y el latín "potare" (beber) muestra igualmente que la copa es un receptáculo capaz de contener líquido. Las palabras "potente" e "impotente" que significan posesión o carencia de fuerza viril, muestran más ampliamente el significado de esta palabra griega, que indica la evolución del hombre en superhombre. Hemos pasado por existencias semejantes a la del mineral, de la planta y del animal, antes de ser como somos hoy y delante de nosotros todavía quedan muchas evoluciones, hasta que nos acerquemos a la Divinidad más y más. Fácilmente se comprenderá que lo que nos restriñe y contiene en el camino de este alcance son nuestras pasiones animales; la baja naturaleza está constantemente guerreando contra la naturaleza o yo superior. 
Al menos en aquellos que han experimentado un despertar espiritual, en su interior se está desarrollando silenciosamente una guerra que se vuelve más y más amarga para ser suprimida. Goethe exteriorizó con maestría aquel sentimiento en las palabras de Fausto, el alma aspirante, hablando a su más materializado amigo, Wágner: 

"Tú estás poseído por un sólo impulso, 
e inconsciente del otro todavía permaneces. 
Dos almas, ¡ay!, habitan dentro de mi pecho 
y allí pelean por un reino individido. 
Una, a la tierra con deseo apasionado 
y con tentáculos tenazmente se adhiere todavía; 
sobre las brumas, la otra de las dos, aspira, 
con sagrado ardor, a más puras esferas." 

Fue el conocimiento de esta absoluta necesidad de castidad (salvo cuando su objeto es la procreación) respecto de aquellos que han tenido un despertar espiritual, lo que dictó las palabras de Cristo y, el apóstol San Pablo, sentó una verdad esotérica cuando dijo que: Aquellos que participasen de la Comunión sin vivir la vida, estaban en peligro de enfermedad y de muerte. Pues exactamente igual que bajo una tutela espiritual, la pureza de la vida eleva al discípulo maravillosamente, así también la incontinencia produce mucho  mayor efecto sobre los cuerpos más sensitivos que sobre los que están todavía bajo la ley y no han conseguido ser partícipes de la gracia por la copa del Nuevo Testamento. 

del libro "Recolecciones de un Místico", de Max Heindel

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