miércoles, 3 de febrero de 2010

EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO - en you tube -


CAPÍTULO VI
EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
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Si se despoja de superfluidades, el argumento de la religión cristiana ortodoxa, puede ser resumido así:
Primero: que tentados por el demonio, nuestros primeros padres pecaron y fueron arrojados de su primer estado de bendición celestial, colocados bajo la ley y sujetos a la muerte; llegando a verse incapaces de salvarse por sus propios esfuerzos.
Segundo: que Dios amaba tanto al mundo que dio a Cristo, Su Hijo Unigénito, para su redención y para establecer el reinado de los cielos. Así la muerte será finalmente absorbida por la inmortalidad.
Este simple credo ha provocado las sonrisas de los ateos, incluso de los puramente intelectuales que han estudiado las filosofías trascendentales con sus sutilezas de lógica y de argumentación y hasta de algunos entre aquellos que estudian las enseñanzas de Misterios Occidentales.
Tal actitud mental es enteramente gratuita. Deberíamos saber que los conductores divinos de la raza humana no permitirían que tantos y tantos
millones continuaran en el error por milenios y milenios. Cuando las Enseñanzas de Misterios Occidentales se despojan de sus excesivas explicaciones iluminativas y descripciones detalladas y se descubren sus enseñanzas básicas, se encuentran entonces de exacto acuerdo con las enseñanzas cristianas ortodoxas.
Existió un tiempo en que la raza humana vivía en un estado libre de pecado, cuando el pesar, el dolor y la muerte eran desconocidos. Tampoco el tentador personal de la Cristiandad es un mito, pues los espíritus de Lucifer, puede muy bien decirse que son ángeles caídos y su tentación contra el hombre resultó ser una concentración de su conciencia sobre la fase material de la existencia, por lo que cae bajo la ley de la decrepitud y de la muerte. Igualmente es cierta y verdadera la misión de Cristo de ayudar al hombre, elevándole a un estado más etéreo, donde la disolución de los cuerpos ya no será necesaria para libertarse de los vehículos que se han hecho demasiado pesados y disponerse para ulteriores usos. Pues éste es verdaderamente un "cuerpo de muerte" en el que solamente la más pequeña cantidad de materia es realmente provista de vida, pues parte de su estructura es materia nutritiva que no ha sido todavía asimilada; otra porción mucho mayor está ya en camino de la eliminación y únicamente entre estos dos polos puede ser hallada la materia que está avivada completamente por el espíritu.
En otros capítulos hemos estudiado los sacramentos del Bautismo y de la Comunión, sacramentos que tienen que ver particularmente con el espíritu. Procuraremos ahora comprender el lado más profundo del sacramento del matrimonio que tiene que ver esencialmente con el cuerpo. Como los demás sacramentos, el del Matrimonio tuvo sus principios y tendrá igualmente su fin.
Su comienzo fue descrito por Cristo cuando dijo: "No habéis leído que Aquel que les hizo en el principio les hizo macho y hembra?" y añadió: "Por esta causa dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y ambos serán una sola carne...Por lo tanto, ya no serán dos, sino una carne". Mateo, 19:4-6. Él también dejó indicado el fin del matrimonio cuando dijo: "Al resucitar ellos no se casarán ni serán dados en matrimonio, sino que serán como los ángeles de Dios en el paraíso". Mateo, 22:30.
Bajo esta luz la lógica de la enseñanza es evidente, pues el matrimonio llegó a ser necesario a fin de que el nacimiento pudiese proveer de nuevos
instrumentos para reemplazar a aquellos que la muerte hubiese destruido; y cuando la muerte haya sido absorbida por la inmortalidad y no haya necesidad de nuevos instrumentos, el matrimonio será también innecesario.
La ciencia, con admirable audacia, ha procurado resolver el misterio de la fecundación y nos ha explicado como la imaginación tiene lugar en las paredes del ovario; como el óvulo diminuto se forma en la reclusión de su
oscura cavidad; como emerge de allá y penetra en el tubo del Falopio; es atravesado por el espermatozoide del macho y el núcleo de un cuerpo humano está completo. Así es como suponemos estar "en la fuente y origen de la vida.." Pero la vida no tiene principio ni tendrá fin y lo que la ciencia considera erróneamente la fuente de la vida, es realmente el origen de la muerte, puesto que todo lo que procede de la matriz está destinado más tarde o más temprano a alcanzar la tumba. Las fiestas del matrimonio que preparan el nacimiento aprovisionan al propio tiempo de alimento a las fauces insaciables de la muerte y mientras sea necesario el matrimonio para la generación y el nacimiento; la desintegración y la muerte serán el resultado inevitable de ello.
Es por lo tanto de suma importancia conocer la historia del matrimonio; las leyes y acciones que envuelve; la duración de su institución y como puede ser trascendido o superado. Al obtener nuestros cuerpos vitales en los tiempos hiperbóreos, el Sol, la Luna y la Tierra formaban todavía un solo cuerpo y las fuerzas solar-lunares penetraban a cada ser en igual medida, así que todos podían perpetuar por símismos su raza por medio de capullos y gérmenes como las plantas de nuestros días. Los esfuerzos del cuerpo vital para suavizar el denso vehículo y conservarse vivo no eran interferidos por nadie ni por nada y esos cuerpos primitivos, semejantes a las plantas, vivían años y más años.
Pero el hombre era entonces inconsciente y estacionario como una planta; no hacía esfuerzo alguno ni tenía tentativa. La adicción de un cuerpo de deseos le procuró el incentivo y el propio deseo, resultando la conciencia como consecuencia de la guerra entre el cuerpo vital, que construye y el cuerpo de deseos que destruye el cuerpo denso.
Así la disolución llegó a ser solamente una cuestión de tiempo, particularmente a causa de que la energía constructiva del cuerpo vital se vio necesariamente dividida, usando una parte o polo para las funciones vitales del cuerpo y la otra para reemplazar un vehículo destruido por la muerte. Pero así como los dos polos de un magneto o dinamo son imprescindibles para manifestarse, así también dos seres unisexuales fueron necesarios para la generación; así el matrimonio y el nacimiento fueron necesariamente instituidos para compensar los efectos de la muerte. La muerte es, pues, el precio que pagamos para obtener la conciencia en el mundo actual y el matrimonio y los nacimientos repetidos son nuestras armas contra el rey de los terrores, hasta que cambie nuestra constitución y seamos como los ángeles.
Es necesario puntualizar que no se dice que debamos ser ángeles, sino que
llegaremos a ser como ángeles. Pues los ángeles son la humanidad del Período Lunar y pertenecen a una corriente de evolución tan diferente a la nuestra como lo son los espíritus humanos comparados con los de los animales actuales. San Pablo hace constar en su carta a los hebreos que el hombre fue hecho por un poco de tiempo inferior a los ángeles; que descendió más bajo en la escala del materialismo durante el Período Terrestre, mientras que los ángeles no han habitado nunca globo alguno más denso que el éter. Así como nosotros construimos nuestros cuerpos con partículas químicas de la tierra, así los ángeles construyen los suyos con éter. Esta sustancia es la aportacióndirecta de todas las fuerzas vitales y cuando el hombre haya llegado a ser como los ángeles y haya aprendido a construir su cuerpo con éter, no existirá, naturalmente, la muerte ni la necesidad del matrimonio para producir nacimientos.
Pero cuando nos podemos dar cuenta del maravilloso misterio del amor, es cuando miramos al matrimonio desde otro punto de vista, considerándolo como una unión de almas más bien que como una unión de los sexos. Esta puede servir para perpetuar la raza, naturalmente, pero el verdadero matrimonio es una camaradería de almas también, que consigue anular el sexo. No obstante, aquellos realmente dispuestos a ponerse en este plano más elevado de la intimidad espiritual, ofrecen alegremente sus cuerpos como sacrificios vivientes en el altar del amor al no nacido, para cortejar a un espíritu que espera y lograr un cuerpo inmaculadamente concebido. De este modo puede la humanidad ser salvada del reinado de la muerte.
Esto es fácilmente comprensible si consideramos la acción noble y gentil del cuerpo vital y la contrastamos con la del cuerpo de deseos en un acceso de mal humor; cuando se dice vulgarmente que el hombre ha "perdido el control de sí mismo". Bajo tales condiciones los músculos se tienden y la energía nerviosa se gasta en una medida suicida, de forma que tras una de estas tempestades, el cuerpo queda a veces postrado por varias semanas. La más pesada labor que exista no causa tanta fatiga como un acceso de mal humor; en consecuencia, un niño concebido pasionalmente bajo las tendencias cristalizadoras de la naturaleza del deseo es naturalmente un niño de vida corta y es deplorable que la duración de la vida sea hoy día casi un mote, pues en vista de la aterradora mortalidad infantil debería llamarse brevedad de la existencia.
Las tendencias constructivas del cuerpo vital, que son el vehículo del amor, no pueden ser vigiladas fácilmente, pero las observaciones hechas comprueban que la satisfacción alarga la vida de todo aquel que practica esta cualidad y así podemos razonar con certeza que un niño concebido bajo condiciones de armonía y amor tiene muchas más probabilidades de vida que otro concebido bajo los impulsos del enojo, la embriaguez y la pasión.
Según el Génesis, se dijo a la mujer: "Parirás con dolor a tus hijos", y ha sido siempre un enigma inexplicable para los comentadores de la Biblia la lógica relación que exista o pueda existir entre el comer una fruta y los dolores del parto. Pero si comprendemos la casta relación que da la Biblia al acto de la generación, se percibirá fácilmente aquélla. Mientras que las madres indias o las insensibles negras pueden parir a sus hijos y muy pronto después reanudar sus labores en el campo, la mujer occidental, más agudamente sensitiva y de temperamento nervioso más fuerte y delicado, encuentra, año tras año, más difícil sortear el escollo de la maternidad y eso que se ve ayudada por los mejores y más estudiosos científicos.
Las razones que contribuyen a ello son varias: En primer lugar, mientras que nos mostramos excesivamente cuidadosos al seleccionar nuestros caballos y ganados para su procreación, mientras insistimos en averiguar la genealogía de los animales, a fin de conseguir la mejor calidad de ganado en nuestras granjas, no ejercitamos tal cuidado respecto a la selección de un padre o de una madre para nuestros hijos. Nos apareamos por impulso y después lo deploramos amargamente y pedimos ayuda a unas leyes que hacen demasiado fácil obtener o abandonar los sagrados lazos del matrimonio. Las palabras pronunciadas por un sacerdote o un juez se toman como un permiso de indulgencia ilimitada, como si la ley hecha por los hombres pudiese autorizar licencias contra la ley de Dios. Mientras que los animales se aparean solamente en ciertas épocas del año y la madre no es molestada en nada durante el período de su preñez, la raza humana no obra de esta manera.
En vista de estos hechos, ¿es maravilla que veamos semejante horror a la
maternidad y no es hora de que busquemos el remedio a este mal por una más sana compenetración entre los dos actores del matrimonio...? La astrología revelará el temperamento y las tendencias de cada ser humano; ella permitirá a dos personas fundir sus caracteres de modo y manera que una vida de amor pueda ser vivida entre ellos y nos indicará los períodos en que las líneas interplanetarias de fuerza predisponen mejor a un parto sin dolor. Así es como podremos arrancar del pecho de la naturaleza hijos del amor, capaces de vivir largas existencias de excelente salud, y así llegará el día en que estos cuerpos estarán hechos tan perfectos, en su etérea pureza, que perdurarán a través de la Edad futura, haciendo así superfluo el matrimonio.
Pero si ahora podemos amarnos cuando nos vemos los unos a los otros "a
través de un cristal deslustrado", ocultos por la máscara de la personalidad y el velo del malentendido, estemos seguros que el amor del alma por el alma, purgado de la pasión en el crisol del sufrimiento, será nuestra piedra más preciosa y más brillante en el cielo, como la intensidad de su sombra lo es ahora en la tierra.

del libro "Recolecciones de un Místico", de Max Heindel


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