miércoles, 3 de febrero de 2010

EL SIGNIFICADO CÓSMICO DE LA PASCUA (SEGUNDA PARTE)


CAPÍTULO XXI


EL SIGNIFICADO CÓSMICO DE LA PASCUA
Segunda parte

Una vez más hemos alcanzado el acto final en el drama cósmico que envuelve el descenso del solar rayo de Cristo dentro de la materia de nuestra Tierra, el cual se completa al nacimiento místico, que se celebra por la Navidad y la muerte mística con su Liberación, que se conmemora muy poco después del equinoccio vernal cuando el sol del año nuevo comienza su ascenso hacia las esferas superiores de los cielos nórdicos, una vez que ha exhalado su vida para salvar a la humanidad y dar nuevo vigor a todas las cosas sobre la Tierra.
En esta época del año una vida nueva, un aumento de energía circula con
fuerza irresistible por las venas y arterias de todos los seres vivientes,
inspirándolos, inyectándoles nuevas esperanzas, nuevas ambiciones, nueva vida, e impeliéndolos hacia nuevas actividades por las cuales puedan aprender nuevas lecciones en la escuela de experiencias, que es la vida.
Consciente o inconscientemente para los que nos aprovechamos de ello, este manantial de energía vigoriza todas las cosas dotadas de vida. Aun las plantas responden por medio de un aumento de circulación de savia, que resulta en un nuevo resurgir de hojas, flores y frutos, que son los medios de expresión de esta especie de vida actualmente y el camino para subir a un plano superior de conciencia.
Pero a despecho de cuan hermosas son estas manifestaciones externas físicas y cuan gloriosa pueda llamarse a esta transformación que convierte a la Tierra de una llanura de nieve y hielo, en un hermoso y florido jardín, palidece y se reduce a la nada ante las actividades espirituales que se manifiestan a la vez y paralelamente. Las características salientes del cósmico drama son idénticas
respecto a la época, con los efectos materiales del Sol en los cuatro signos
cardinales, llamados Aries, Cáncer, Libra y Capricornio, porque los sucesos más significativos ocurren durante los equinoccios y solsticios.
Es una verdad real y positiva que "en Dios vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser". Fuera de Él no podríamos existir; vivimos por y a través de Su vida; nos movemos y actuamos por y por medio de Su fortaleza. Es Su fuerza la que sostiene nuestra morada, la Tierra, y sin sus esfuerzos, sin vacilaciones, sin mudanzas y sin dudas, el Universo mismo se desintegraría. Se nos ha enseñado que el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios y estamos dados a suponer que con arreglo a la ley de analogía, estamos en posesión de ciertas fuerzas latentes dentro de nosotros mismos, las cuales son similares a aquellas que vemos, tan poderosamente manifestadas, en el trabajo de la Deidad en el Universo. Esto nos da un interés especial en el drama cósmico anual que envuelve la mente y la resurrección del Sol. La vida del Hombre-Dios, Jesucristo, fue amoldada de conformidad con la historia solar y refleja de una manera idéntica todo lo que puede suceder al Hombre-Dios, el cual, este Jesucristo profetizó, diciendo: "Las obras que yo hago las haréis
también vosotros, y aún más grandes serán las obras que vosotros haréis;
donde ahora voy no podéis ir vosotros, sino que me seguiréis después."
La naturaleza es la manifestación simbólica de Dios. Nada hace ésta en vano o arbitrariamente, sino que hay un propósito definido detrás de cada acción. Así pues, debemos estar alerta y pensar detenidamente en los astros de los cielos, porque ellos tienen un significado profundo e importante con referencia a nuestras vidas propias. La inteligente comprensión de tales finalidades nos capacita para trabajar más eficazmente con Dios en Sus esfuerzos maravillosos para la emancipación de nuestra raza de las ataduras de las leyes de la naturaleza, y mediante esta liberación llegar a la estatura de los hijos de Dios, coronados de gloria, honores e inmortalidad y libres del poder del pecado y de
la enfermedad y sufrimiento, que ahora nos encadena y constriñe nuestras
vidas, por la razón de nuestra ignorancia y de no aceptar ni conformarnos con las leyes de Dios. La finalidad divina demanda esta emancipación, pero para ser realizada bien por el largo y tedioso proceso de la evolución, o bien por el más inmensamente rápido sendero de la Iniciación, depende sobre la medida en que estemos dispuestos a prestar nuestra cooperación.
La mayoría de la humanidad pasa la vida de modo que aunque tiene ojos no ve, y aun con oídos no oye. Se halla absorbida en sus negocios materiales, comprando, vendiendo, trabajando y divirtiéndose sin una comprensión adecuada, o una apreciación de la finalidad de la vida y aunque le fuere descubierta es muy probable que no se adaptara ni conformara a ella, debido al sacrificio que todo ello implica.
Por esta razón no es de extrañar que Cristo se dirija especialmente al pobre, que Él dijera la gran dificultad que hay para que el rico entre en el Reino de los cielos, pues aun hoy día en el que la humanidad ha avanzado en la escuela de la evolución dos mil años desde aquella fecha, vemos que la gran mayoría todavía aprecia más sus casas y tierras, sus bellos sombreros y gorras, los placeres de la sociedad, bailes y banquetes que los tesoros del cielo que se hallan adornados con sacrificios y favores al prójimo. Aunque los hombres puedan intelectualmente percibir las bellezas de la vida espiritual, sus deseos se reducen a la nada ante sus ojos cuando se compara a estas bellezas con el sacrificio que envuelve su consecución. Al igual que el joven rico, ellos desearían seguir a Cristo si no hubiera que sacrificar tantas cosas. Prefieren mejor el abandonar al Maestro cuando se dan cuenta de que el sacrificio es la única condición requerida para poder entrar al Discipulado. Así pues, para
ellos la Pascua es simplemente una estación de alegría porque indica el fin del invierno y el comienzo del verano, que permite hacer excursiones al aire libre y otros mil placeres.
Pero para aquellos otros que han elegido definitivamente el sacrificio de la abnegación y sacrificio que conduce a la liberación, la Pascua es el signo anual que les evidencia las bases cósmicas de sus esperanzas y aspiraciones, como San Pablo tan propiamente expresa, en aquel glorioso capítulo 15º de la primera Epístola a los Corintios. "Si Cristo no se levantara, entonces nuestros ruegos serían en vano, así como vuestra fe sería en vano también."
"Vosotros y yo hemos sido declarados como falsos testigos de Dios, porque hemos testificado que Dios ha resucitado a Cristo, quien no ha resucitado porque los muertos no resucitan."
"Porque si los muertos no resucitan, Cristo tampoco puede resucitar."
"Y si Cristo no resucitara, vuestra fe sería en vano y vosotros estaréis aun en vuestros pecados."
"Si en esta vida solamente hemos esperado en Cristo, entonces todos somos hombres lo más miserables."
"Si como hombres hemos combatido con las bestias en Efeso, ¿qué ventajas tendríamos si los muertos no resucitaran?"
"Pero ahora Cristo está elevándose de entre los muertos y tocamos los
primeros frutos de aquellos que dormían."
Pero en el Sol de la Pascua, que en el equinoccio invernal comienza a navegar por los cielos del Norte, después de haber dado su vida por la Tierra, tenemos el símbolo cósmico de la verdad de la resurrección. Cuando lo consideramos como un hecho cósmico en conexión con la ley de analogía que enlaza el macrocosmos con el microcosmos, es una esperanza y seguridad de que algún día todos nosotros conseguiremos la consciencia cósmica y conoceremos
positivamente por nosotros mismos y por propia experiencia de que no hay muerte, sino que lo que parece así es solamente una transición hacia esferas más perfectas.
La Pascua es un símbolo anual para robustecer nuestras almas en el bien obrar, para que podamos tejer el velo dorado nupcial que es necesario para convertirnos en hijos de Dios en el sentido más alto y más puro. Es
literalmente verdad la de que a menos que "caminemos en la luz, al igual que Dios está en la luz", no estamos en la verdadera fraternidad; pero haciendo los sacrificios y rindiendo los servicios que se nos requiere para contribuir a la emancipación de la raza, estamos construyendo los cuerpos del alma de radiante amarilla luz, la cual es la sustancia especial emanada del y por el Espíritu del Sol, el Cristo Cósmico. Cuando esta sustancia dorada nos ha envuelto con suficiente densidad, entonces seremos capaces de imitar al Sol de la Pascua y navegar por esferas más elevadas.
Con estos ideales impresos firmemente en nuestras mentes, la época de la
Pascua se convierte en una estación propicia para revisar nuestra vida pasada durante el año precedente y tomar nuevas resoluciones para la próxima estación con las cuales apresurar el desarrollo de nuestra alma. Es una estación en la que el símbolo del Sol ascendente, nos debe conducir hacia una más sutil concepción del hecho de que somos peregrinos y forasteros en esta Tierra; que nuestro hogar verdadero como espíritus está en el cielo y que debemos esforzarnos en aprender las lecciones en esta escuela de la vida tan rápidamente como sea consistente en relación con un adecuado servicio, para que el día de la Pascua marque la resurrección y liberación del Espíritu de Cristo de los planos inferiores; para que podamos continuar mirando por la alborada de aquel día en que nos veamos perfectamente libres de los lazos de la materia, del cuerpo de pecado y muerte, juntos con nuestros hermanos de galeras, pues ningún aspirante sincero puede concebir una liberación que no incluya a todos los que se hallen situados en iguales condiciones.
Esta es una tarea gigantesca; la contemplación de ella puede acobardar al corazón más bravo y la que, si nos viéramos completamente solos, no podría ser realizada; pero las jerarquías divinas que tienen a su cargo la dirección de la humanidad por el sendero de la evolución, desde el principio de la carrera, están todavía activamente trabajando con nosotros desde sus mundos siderales y, con su ayuda, seremos capaces oportunamente para conseguir esta elevación de la humanidad en su totalidad y alcanzar una condición de gloria, honor e inmortalidad. Teniendo esta esperanza presente dentro de nosotros mismos
para esta gran misión en el mundo, trabajemos con un mayor entusiasmo para hacernos mejores miembros de la sociedad, para que, con nuestro ejemplo, hagamos a otros despertar el deseo de llevar la vida que conduce a la liberación.


del libro "Recolecciones de un Místico", de Max Heindel

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