miércoles, 3 de febrero de 2010

EL SIGNIFICADO CÓSMICO DE LA PASCUA (PRIMERA PARTE)


CAPITULO XX


EL SIGNIFICADO CÓSMICO DE LA PASCUA
Primera parte

En la mañana del Viernes Santo del año 1857, Ricardo Wágner, el
artista consumado del siglo diecinueve, se hallaba sentado en la
azotea de una villa suiza, al lado del lago de Zurich. El panorama
que le circundaba se hallaba envuelto por una luz gloriosa de un día
de sol diáfano: paz y buena voluntad parecía vibrar en toda la
creación. Toda la naturaleza estaba saturada de vida y el aire estaba
cargado con el perfume fragante de los bosques de pino, un bálsamo
bienhechor para un corazón dolorido y una mente intranquila.
Entonces, de repente, como si fuera una flecha disparada desde el
cielo turquí, llegó a lo profundo del alma mística de Wágner una
remembranza del ominoso significado de aquel día -el más
tenebroso y triste del año cristiano-. Este recuerdo casi le hundió en
la tristeza más profunda, viendo y contemplando el contraste. Había
tal marcada incongruencia entre la sonriente escena que tenía
delante de él, la actividad patente y observable de toda la natura,
luchando por la renovación de su vida después del largo sueño
letárgico del invierno y la lucha de la muerte del torturado Salvador
en una cruz; entre el canto sonoro y a pleno pulmón de amor y vida
que emitían los millares de pequeños cantores vestidos de plumas
del bosque, zarzales y pradera y los ominosos alaridos de odio,
lanzados por un populacho iracundo, contra el más noble de los
ideales que el mundo ha conocido, al que escarnecían y denigraban;
entre la maravillosa energía creadora manifestada por la naturaleza
en la primavera y el destructor elemento del hombre que asesinó al
carácter más noble que ha honrado a la Tierra.
Mientras Wágner meditaba de este modo sobre las incongruencias
de la vida, se le ocurrió la siguiente pregunta: ¿Hay alguna relación
entre la muerte del Salvador sobre la cruz en la Pascua y la vital
energía que se expresa tan pródigamente en la primavera cuando la
naturaleza empieza a vivir su vida un nuevo año? Aunque Wágner
no concebía ni comprendía conscientemente la total significación de
la conexión entre la muerte del Salvador y el rejuvenecimiento de la
naturaleza, sin embargo, había sin advertirlo dado en la clave de uno
de los misterios más sublimes que ha encontrado el espíritu humano
en su peregrinaje desde gusano hasta Dios.
En la noche más oscura del año, cuando la tierra duerme más
placentera en los brazos del frío boreal, cuando las actividades
materiales están en su grado más inferior, una oleada de energía
espiritual lleva en su cresta la divina creadora "Palabra desde el
Cielo" para un "nacimiento místico" por Navidad y como una
luminosa nube, el impulso espiritual flota sobre el mundo "que no lo
conoció", porque, "brilla en la oscuridad" del invierno cuando la
naturaleza está paralizada y muda.
Esta divina "Palabra" creadora trae un mensaje y tiene su misión.
Nació para "salvar al mundo" y "para dar su vida por el mundo".
Debe por necesidad sacrificar su vida con objeto de conseguir el
rejuvenecimiento de la naturaleza. Gradualmente se "entierra por sí
misma en la Tierra" y comienza a infundir su propia energía vital en
los millones de semillas que permanecen dormidas en la Tierra. Esta
energía susurra también la "palabra de vida" en las orejas de los
animales y de los pájaros hasta que el evangelio de la buena nueva
ha sido predicado a todas las criaturas. El sacrificio se consuma
totalmente en la época en la que el Sol "cruza" su nodo oriental en el
equinoccio de primavera. Entonces la divina Palabra creadora
expira; "muere sobre la cruz en la Pascua" en un sentido místico, a
la vez que prorrumpe en un grito triunfante: "consumatum est". Ha
sido consumado.
Pero al igual que el eco vuelve a nosotros muchas veces, así también
el canto celestial de vida es repetido por la Tierra.
Toda la creación se asemeja a una antena. Un coro de una legión de
lenguas lo repite sin cesar. Las diminutas semillas en el seno de la
Madre Tierra comienzan a germinar; se rompen y brotan en todas las
direcciones y pronto un maravilloso mosaico de vida, una carpeta de
verdor aterciopelado bordada con flores multicolores, reemplaza la
inmaculada mortaja blanca invernal. Desde el animal de piel, hasta
las aves de pluma, todas las tribus animadas responden y repiten el
eco de la "palabra de vida" como un canto de amor que las impele a
aparearse. La generación y la multiplicación es la consigna en todas
y por todas partes "el espíritu ha resucitado" a una vida más
abundante. De este modo, místicamente, podemos ver el nacimiento
anual, la muerte y la resurrección del Salvador, como el flujo y
reflujo de un impulso espiritual que culmina en el solsticio de
invierno, Navidad, habiendo tenido su egreso desde la Tierra, un
poco después de Pascua con ocasión de la "palabra" ascensión a los
cielos en el domingo de Pentecostés. Pero no puede permanecer allí
para siempre. Se nos ha dicho que "de allí retornará", "para el
juicio". De este modo, cuando el Sol desciende por bajo del
Ecuador, cruzando el signo de Libra en el mes de octubre, cuando
los frutos del año están cosechados, distribuídos y acondicionados
según su clase, el descenso del espíritu del nuevo año principia,
culminando su descenso con el nacimiento de la Nochebuena.
El hombre es una miniatura de la Naturaleza. Lo que pasa en una
gran escala en la vida de un planeta como nuestra Tierra, toma lugar
en menor grado en el curso de la vida del hombre. Un planeta es el
cuerpo de un maravilloso y exaltado Ser, uno de los Siete Espíritus
ante el Trono (del padre Sol). El hombre es también un espíritu y
"hecho a su imagen y semejanza". Al igual que un planeta revuelve
en su cíclico paso alrededor del Sol, del cual ha emanado, así
también el espíritu humano se mueve en una órbita alrededor de su
central origen, Dios. Las órbitas planetarias, como son elipses,
tienen puntos de mucha aproximación de una desviación extrema de
sus centros solares. Igualmente la órbita del espíritu humano es
elíptica. Nosotros estamos en estrecho contacto con Dios cuando
nuestras jornadas cíclicas nos llevan dentro de la esfera de actividad
celeste, el cielo, y nos vemos más separados de Él durante nuestra
vida terrestre. Tales cambios son necesarios para el desarrollo de
nuestra alma. Al igual que los festivales del año marcan los
sucesivos acontecimientos de importancia en la vida de un Gran
Espíritu, así también nuestros nacimientos y muertes constituyen
sucesos de ocurrencia periódica. Es tan imposible para el espíritu
humano el permanecer perpetuamente en el cielo, o sobre la Tierra,
como lo es para un planeta el permanecer estacionado en su órbita.
La misma inmutable ley de periodicidad que determina la
ininterrumpida sucesión de las estaciones, la alternancia de la noche
y del día, y el flujo o reflujo de las mareas, gobierna también la
progresión del espíritu humano, ya en el cielo o sobre la Tierra.
Desde los planos de luz celestial donde vivimos en libertad, sin las
limitaciones del tiempo, ni del espacio, donde vibramos al unísono
con las armonías infinitas de las esferas, descendemos para nacer en
el mundo físico, donde nuestra vista espiritual se halla oscurecida
por el ropaje mortal que nos aferra a esta limitada fase de nuestra
existencia. Nosotros vivimos aquí un poco, después morimos y
ascendemos al cielo, para volver a nacer y morir otra vez. Cada vida
terrestre es un capítulo en la serie de la historia de una vida,
extremadamente humilde en sus comienzos, pero aumentando en
interés e importancia según ascendemos a estados más y más
elevados de responsabilidad humana. No es posible concebir un
límite porque en esencia todos somos divinos y debemos, por lo
tanto, desarrollar todas las posibilidades de un Dios durmiente que
está latente en nosotros.
Cuando hayamos aprendido todo lo que este mundo debe
enseñarnos, una órbita más ancha, una esfera mayor de utilidad
sobrehumana nos dará ocasión de emplear nuestras capacidades.
"Construye, alma mía, mansiones más estables. Conforme se deslizan los tiempos y
abandona tu inferior paso abovedado. Haz que el nuevo templo sea más noble que el
último, sal del cielo con una cúpula más vasta, hasta que por fin estés en libertad, dejando
tu concha por un mar de vida sin reposo."
Así dice Oliver Wendell Holmes, comparando la progresión en
espiral con el caparazón enroscado que se va ensanchando,
gradualmente, cada vez más de un caracol, con la expansión de
conciencia que es el resultado del desarrollo del alma en un ser
humano evolutivo.
"¿Pero qué hay acerca de Cristo?, quizá pregunte alguno. "¿No cree
usted en él? Usted está disertando acerca de la Pascua Florida, la
fiesta que conmemora la cruel muerte y la gloriosa, triunfadora
resurrección del Salvador, pero no obstante, parece que usted le
considera a Él más desde un punto de vista alegórico, que desde un
hecho real."
Ciertamente nosotros creemos en el Cristo; le amamos con todo
nuestro corazón y toda nuestra alma, pero deseamos patentizar la
creencia de que Cristo es el primer fruto de la raza. Él nos dijo que
nosotros haríamos las cosas que Él hizo y, "aun mayores". Así, pues,
nosotros somos Cristos en formación.
"Aunque Cristo nazca en Belén mil veces, y no dentro de ti, tu alma se perderá. La cruz del Gólgota buscas en
vano, al menos que en ti mismo se eleve."
Esto proclamó Angelus Silesius, con una verdadera intuición mística
de los requisitos esenciales para el logro de nuestros deseos.
Estamos muy acostumbrados a buscar a un Salvador externo
mientras que albergamos en nuestro pecho un demonio, pero hasta
que Cristo se forme en nosotros, como dice San Pablo, le
buscaremos en vano, puesto que al igual que nos es imposible el
percibir la luz y el color, aunque se hallen a nuestro alrededor, a
menos que nuestro nervio óptico registre sus vibraciones, y así como
también permanecemos inconscientes del sonido cuando el tímpano
de nuestro oído está insensible, así también permaneceremos ciegos
de la presencia de Cristo y sordos a su voz, hasta tanto que no
elevemos nuestras durmientes naturalezas espirituales internas.
Pero una vez que estas naturalezas hayan sido despertadas, ellas
sentirán el Amor del Señor como una realidad primordial, puesto
que se basa en el principio de que cuando se hace vibrar a un
diapasón, otro de igual temple comenzará a vibrar también si está
colocado a una distancia conveniente, mientras que dos diapasones
de distinto temple permanecerán mudos al ser herido uno cualquiera
de ellos. Por todo lo cual, Cristo dijo que Sus ovejas conocían el
sonido de la voz de El y respondían, pero que no oían la voz del
extraño. (San Juan 10:5). No importa nuestra filiación religiosa, o
nuestros credos, todos somos hermanos de Cristo y así
regocijémonos ¡el Señor ha resucitado! Busquémosle, pues, a Él y
olvidemos nuestros credos y otras diferencias de menor cuantía.

del libro "Recolecciones de un Místico", de Max Heindel

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